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Nuestra Conciencia es nuestro Maestro

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Por Jorge Guldenzoph

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Hay dos grandes “verdades” que de alguna forma están en una posición central en las doctrinas de todas las religiones o pensamientos filosóficos-éticos (Ej.: el confucionismo). Ellas son: a) – los seres humanos tenemos una naturaleza original de bondad y b)- los seres humanos tenemos a la vez, una naturaleza desviada que nos conduce hacia el mal. Mientras una es “original” la otra es “adquirida”. En el judaísmo, el cristianismo y el islamismo el proceso de “adquirir” esa naturaleza desviada – contraria al objetivo primordial de la creación de los humanos – se le denomina “la caída”, y a la raíz de esa naturaleza desviada, egoísta, se le llama “pecado original”.

Nadie explico tan magistralmente y en forma tan sentida esa lucha y conflicto interno que el Apóstol Pablo en su grandiosa descripción de las dos leyes que yacen dentro de cada uno. La ley del espíritu que nos lleva hacia Dios y la del cuerpo que nos lleva hacia el mal.

Pero lo que hoy quiero abordar es justamente la naturaleza original, y dentro de ella nuestra “conciencia”. Si no tuviéramos conciencia no existiría forma de tener la sensibilidad y el concepto (la emoción y el intelecto) de sentir vergüenza, y arrepentimiento, cuando hemos hecho el mal. O tener la sensibilidad y el concepto innato de saber – sin doctrina de por medio – que es lo que esta bien.

En la sabiduría musulmana aparece las “Cuarenta Hadith de an-Nawawi 27” donde se dice que Wabisah ibn Ma’bad afirmó: “Fui a ver al Mensajero de Dios y él me dijo, ‘¿Usted quiere preguntarme sobre el tema de la virtud? ‘ ‘Sí, ‘ yo contesté, y él continuó, ‘ Pregunta a tu corazón. La virtud es aquello por el que el alma disfruta reposo y el corazón la tranquilidad. El pecado es lo que introduce problemas en el alma y tumulto en el seno del hombre – y esto a pesar del consejo religioso que los hombres pueden darle

De alguna forma indica que la conciencia no es una creación de la religión y que esta aún por encima de ella. Por decirlo de otra forma sin conciencia no habría religión.

 

En el Nuevo Testamento, Romanos 2.14-16, nuevamente Pablo afirma que: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia”. Esto significa que aunque tengamos o no una religión (ley) todos tenemos una fuerza dentro de nosotros que nos indica y lleva a hacer lo correcto, y que cuando obramos bien damos testimonio de nuestra conciencia. En ese sentido la religión no debe sustituir la conciencia sino despertarla.

 

En el Confucionismo vemos a Mencio decir: “Todos los hombres tienen el corazón que, cuando ven a otro hombre sufrir, ellos sufren, también… De esto podemos ver que no es humano no tener un corazón que simpatiza con el dolor. Igualmente no tener un corazón que rechaza el vicio: tampoco es humano. No tener un corazón que está dispuesto a diferir: eso no es humano. Y no tener un corazón que discrimina entre lo verdadero y lo falso tampoco es humano.   ¿Cuál es el fundamento del sentimiento humano natural para los demás? El corazón que simpatiza con el dolor. ¿Cuál es el fundamento de compromiso con el bien común? El corazón que rechaza el vicio. ¿Cuál es el fundamento de respeto para las formas sociales y religiosas? El corazón que está dispuesto a diferir. ¿Y cuál es el fundamento para una educación liberal? El corazón que puede discernir entre lo verdadero y lo falso”

 De esta forma en el Confucionismo se ve la capacidad inherente a todo ser humano a ser compasivo al dolor del prójimo. Se señala, además, que el interés sincero por el otro; el rechazo del vicio, o sea, el proceder apartado de la ética y moral; la disposición a dar y servir; y el saber que es el bien y que el mal son aspectos de un “corazón humano”, o de un ser con “conciencia”.

Hay quienes dirán que la maldad campea en el mundo al punto de que muchos han perdido esa sensibilidad y conocimiento intrínsico. Es cierto que muchas veces hemos “pisoteado” y “adormecido” nuestras conciencias. Pero están allí. Tarde o temprano nuestra conciencia nos enfrenta al mal y el error que hemos hecho. Nos existe ningún ser humano que enfrentado a la “película de su vida”, cuando dejamos este mundo y entramos en la dimensión espiritual eterna, no llore y quiebre su corazón, por el llamado de su conciencia, frente al daño que ha cometido a otros: su esposa o esposo, sus hijos, a un prójimo. No podemos escapar a nuestra conciencia.

En momentos críticos como los actuales todos con mayor esfuerzo y dedicación que nunca, deberíamos buscar nuestras auténticas raíces. Reflexionar acerca de sobre que debe estar asentada correctamente nuestra vida personal, y nuestra responsabilidad como miembros de una sociedad, una nación o ejerciendo liderazgo en alguna esfera del quehacer humano.

De la misma forma que el corazón debe ser cultivado para desarrollar su capacidad de amar, nuestra conciencia debe ser educada para desarrollar su potencia innata de guiarnos en nuestras acciones.

La enseñanza formal debería dedicar más esfuerzo tanto a cultivar el corazón como a despertar la conciencia. Si así sucediera la sociedad del futuro podría tener la oportunidad de ser una sociedad mejor, más sincera y recta.

 

 


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